César y el sitio de Alesia



El sitio de Alesia fue la batalla decisiva en la guerra de las Galias. César y sus legiones llevaban allí siete años, desde el 58 a. C. La Galia no era un país unificado, sino que la poblaban diversas tribus celtas que mantenían sus propios conflictos. César había aprovechado esto a su favor y había obtenido varias victorias. Pero en el 52 a. C. el líder arverno Vercingetórix logró unir a una confederación de tribus galas para enfrentarse al invasor romano.

Lo sorprendente de la batalla de Alesia es que los romanos fueron sitiadores y sitiados al mismo tiempo. Las legiones no solo tuvieron que mantener el cerco sobre la fortificación de Alesia, sino que, al mismo tiempo, se defendieron de los ataques externos que les lanzaron otras tropas aliadas galas. Como se sabe, el resultado fue una gran victoria para Roma. Pero, ¿cómo lo consiguió Julio César?


Un siglo I a. C. convulso


Para ponerse en situación, primero conviene contextualizar. El siglo I a. C. fue convulso para Roma. Las desigualdades se habían acentuado, y la política latifundista que había llevado a cabo la aristocracia optimate había provocado que muchos campesinos se arruinaran. Roma, pues, tenía problemas sociales y económicos que no había conseguido resolver.

Las guerras civiles se sucedieron. Primero tuvo lugar la que enfrentó a Mario y Sila, que acabó con victoria y dictadura del segundo. Después vino la de Julio César contra Pompeyo. El divino Julio consiguió la victoria pero acabó asesinado el 15 de marzo del 44 a. C. Más tarde, el triunvirato que formaban Octavio, Marco Antonio y Lépido se enfrentó a los asesinos de César. Y por último se produjo la guerra entre Octavio y Marco Antonio, pues solo podía quedar uno. El siglo I a. C. fue, pues, un período con numerosos protagonistas y personajes célebres. Pero si hubo uno que destacó sobre el resto y que fue decisivo para los siglos posteriores, ése fue sin duda Julio César.

César, un hombre ambicioso


Porque César era ambicioso. Aunque sus ambiciones eran sobre todo políticas, se le considera uno de los mejores militares de todos los tiempos, quizá solo por detrás del gran Alejandro. César sabía que necesitaba victorias militares para afianzar su situación política. Pero aunque dicho así puede parecer que el arte de la guerra era algo secundario para él, lo cierto es que Julio César demostró ser un genio militar.

Nuestro protagonista no tardó en demostrar que estaba hecho de otra pasta. Lo demuestra la siguiente anécdota. Siendo joven, viajaba en barco hacia Rodas cuando su nave fue atacada por piratas cilicios. Los piratas capturaron a César, quien les prometió que les crucificaría. Ignorando las amenazas de César, sus captores enviaron al resto de la tripulación a reunir un rescate de veinte talentos por Julio César. Pero éste, riendo con desdén, les dijo que por alguien como él debían pedir más dinero. Al menos, cincuenta talentos.

Julio César, secuestrado por los piratas cilicios.

De modo que César estuvo en poder de los piratas durante cuarenta días. Cuando por fin sus amigos reunieron el dinero y lo liberaron, César viajó a Mileto. Allí se hizo con barcos y hombres armados y volvió a la isla donde lo habían tenido prisionero. Entonces capturó a los piratas y cumplió su promesa: los piratas fueron crucificados. La anécdota demuestra que César, desde joven, era un hombre seguro de sí mismo.

Pero como decía, también era ambicioso. Y es que Julio César quería que su nombre pasara a la historia, como demuestra la siguiente anécdota. Según Suetonio, César, 'durante su cuestura, logró la España Ulterior, donde, al recorrer las asambleas de esta provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, al llegar a Cádiz, viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como lamentando su inacción; y censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos'.

Sobornos para ascender en el cursus honorum


A favor de César conviene decir que, a diferencia de Alejandro, el romano no lo heredó todo, sino que tuvo que ascender en el cursus honorum. Nuestro protagonista pertenecía a la gens Julia, un linaje que gozaba de gran prestigio pero que no era tan relevante como otros. Hasta el año 91 a. C. los Julio César no habían tenido ningún cónsul -al menos los pertenecientes a la rama de nuestro César-. Ese cargo lo ocupó Sexto Julio César, quien seguramente era el tío de Cayo Julio César.

Por tanto, César no era un homo novus, pues no era el primero de su linaje en ser elegido cónsul. Pero aunque provenía de una familia de prestigio, tampoco partía de una situación que le augurase alcanzar las cotas de poder y relevancia que terminó logrando.

César se labró su carrera política recurriendo a sobornos y actuaciones populistas. Antes de obtener cualquier cargo público, ya había contraído importantes deudas. Tenía fama de despilfarrador. Muchos pensaban que estaba cambiando un cómodo presente por un incierto futuro. Pero no fue así.

Julio César.

Los sobornos dieron sus frutos. En el año 59 a. C., gracias a su alianza con Craso y Pompeyo -lo que se conoció como el primer triunvirato-, César fue elegido cónsul. Como se sabe, cada año Roma tenía dos cónsules, pero Julio César consiguió gobernar solo. Y es que Bíbulo, el otro cónsul, prácticamente se retiró de la vida pública después de que le arrojaran a la cabeza una cesta llena de estiércol.

Pero vamos ya al meollo del asunto. Tras el año de consulado, César fue elegido procónsul. Y aunque el senado se oponía, al final logró que se le adjudicaran las provincias de la Galia Cisalpina y la Iliria. A éstas se añadió la Galia Transalpina cuando murió su gobernador. César, pues, ya tenía sus provincias. Necesitaba guerra y botín para pagar sus deudas y conseguir la gloria. Esto le permitiría convertirse en el ciudadano más poderoso de Roma, su auténtico objetivo. Pero le faltaban motivos que justificasen la guerra que tanto deseaba. Quizá en un principio César tenía pensado atacar Dacia, pero la oportunidad se le presentó en la Galia.


Las migraciones de los helvecios


Los helvecios fueron quienes ofrecieron a César la ocasión que tanto deseaba. Éstos formaban un pueblo galo ubicado en la actual Suiza. Habían crecido en términos demográficos, por lo que necesitaban tierras extensas y fértiles para cultivar y alimentarse. Por eso comenzaron a migrar. Se dirigieron hacia el Ródano para atravesarlo y adentrarse en las provincias romanas de la Galia. César estaba en Roma cuando se enteró de la noticia de la migración de los helvecios. Huelga decir que marchó raudo para aprovechar el casus belli que aquel pueblo galo, directa o indirectamente, le estaba ofreciendo.

Con todo, los helvecios no tuvieron una actitud agresiva. Respetuosos, pidieron permiso a César para viajar por parte de sus territorios. Éste les respondió que se lo tenía que pensar y les instó a que volvieran unos días después. Entonces tendrían su respuesta. Pero César en ningún momento había contemplado dejarles atravesar sus dominios. Lo que sí hizo fue fortificar aquella zona y prepararse para la guerra.

La línea roja señala la migración de los helvecios en la Galia.

Cuando la delegación de los helvecios volvió, se les dijo que no tenían permiso para marchar por territorio romano. Si lo hacían se recurriría a la violencia. Así que al final esta tribu gala tuvo que tomar una ruta alternativa. Pero entonces otras tribus aliadas de César informaron de que los helvecios habían saqueado sus tierras. Aquello era música para los oídos de nuestro protagonista, que no tardó en actuar.

Para resumir, diremos que helvecios y romanos se terminaron enfrentando. Y que los hombres de César acabaron imponiéndose. Los romanos, eso sí, sufrieron bastantes bajas, aunque el número de bajas galas fue superior. Al final los helvecios volvieron a sus tierras de origen. Pero las campañas gálicas de Julio César continuaron.

Las guerras de las Galias


Después de la derrota de los helvecios, los eduos -otra tribu gala- pidieron ayuda a César. Querían librarse de Ariovisto, un líder suevo que conducía un gran ejército. César acudió raudo a enfrentarse a sus nuevos rivales. Aprovechando que las hechiceras germanas habían pronosticado que los suyos no conseguirían victoria alguna antes de la luna nueva, los romanos atacaron a los suevos cuanto antes y lograron una nueva victoria en la batalla de los Vosgos.

El año siguiente, en el 57 a. C., fue el turno de los belgas. Esta tribu que habitaba en la zona que hoy es Bélgica había atacado a los remos, una tribu aliada de Roma. El enfrentamiento entre romanos y belgas comenzó igualado, con ambos ejércitos en posiciones fuertes. Pero a medida que avanzaron las jornadas, los belgas comenzaron a quedarse sin víveres. Así que se dispersaron y los romanos avanzaron al tiempo que saqueaban a las tribus que encontraban. Pero los belgas no habían dicho su última palabra: tras reagruparse, sorprendieron a los romanos cuando éstos acampaban cerca del río Sambre. César estuvo a punto de ser derrotado, pero su intervención y la disciplina romana terminaron salvando los muebles. Al final los belgas se rindieron.


"César fue el primer comandante romano que logró poner pie en Britania".


Lo más destacado de los años siguientes de las guerras gálicas fueron la construcción de un puente en el Rin y las expediciones de Britania. Con ambos hechos César logró lo que ningún romano había conseguido antes. Hasta entonces nadie había marchado contra las tribus germánicas en su propio suelo, cosa que se pudo hacer gracias al puente que César mandó construir. Y lo mismo sucedió con Britania: ningún comandante había pisado antes aquella misteriosa isla. César sí consiguió poner pie en Britania, aunque las dos campañas que llevó a cabo en la isla no fueron precisamente exitosas. Como expliqué en el artículo sobre el emperador Claudio, la conquista de Britania no llegaría hasta la campaña que llevó a cabo este emperador.

La rebelión de Vercingetórix


En el invierno del 54-53 a. C. las cosas se le empezaron a torcer a César. Porque la tribu de los eburones se rebeló. Tras negociar con su líder Ambiórix, la legión XIV acordó una tregua con los eburones. Pero éstos tendieron una emboscada a los romanos y los atacaron cuando marchaban en columna. La legión XIV no se esperaba el ataque y fue prácticamente aniquilada. Era un duro revés para César. Por supuesto, el divino Julio no se quedó de brazos cruzados, y dedicó el año 53 a. C. a realizar expediciones punitivas contra los eburones y sus tribus aliadas.

Parecía un aviso de lo que iba a suceder poco después. Porque el año siguiente, en el 52 a. C., iba a tener lugar un hecho decisivo en la Guerra de las Galias. Y es que los galos no estaban contentos con la presencia romana en sus tierras. Por eso los nobles de diferentes tribus se reunieron en secreto y planearon rebelarse de manera coordinada contra el invasor romano. El caudillo de esta confederación de tribus galas fue el arverno Vercingetórix.

Vercingetórix (Todd Lockwood).

La rebelión estalló en Cenabum. Allí dos caudillos y sus seguidores mataron a todos los comerciantes romanos de la ciudad. A continuación Vercingetórix puso asedio a Gorgobina, la ciudad de la tribu de los boios que era aliada de los romanos. César tenía que actuar con rapidez si quería recuperar la iniciativa, y tampoco podía mostrar debilidad. Además los romanos no contaban con provisiones suficientes para mucho tiempo, lo que complicaba más la situación. Pero César tenía que ayudar a sus aliados, así que avanzó raudo en auxilio de Gorgobina. En el trayecto aprovechó para saquear e incendiar Cenabum como castigo por lo sucedido con los comerciantes romanos.

La táctica de 'tierra quemada'


Vercingetórix entonces decidió retirarse ante el avance romano. Pensó que su estrategia debía ser dejar a las legiones romanas sin víveres. Por eso ordenó quemar todas las ciudades galas que fueran difíciles de defender. Es lo que se conoció como táctica de 'tierra quemada'. Entre aquellas ciudades que el líder galo ordenó quemar estaba Avarico, pero sus pobladores se negaron a abandonar la ciudad porque confiaban en sus murallas defensivas. Así que Vercingetórix acampó cerca de Avarico, pero no pudo evitar que los romanos terminaran tomando la ciudad.

Con el triunfo de Avarico los romanos por fin pudieron aprovisionarse. Aunque eran malas noticias para los galos, lo sucedido daba la razón a Vercingetórix, que había propuesto abandonar y quemar Avarico en lugar de defenderla. Pero ya era tarde para lamentarse, así que Vercingetórix se retiró a Gergovia, la capital de los arvernos.

El revés de Gergovia


Allí los romanos sufrieron un revés. Y eso que las cosas empezaron bien para ellos. El líder galo acampó con su ejército a las afueras de esta ciudad. Como César vio que un ataque directo no tendría éxito, primero acampó con sus tropas y esperó. Poco después consiguió hacerse con otro terreno elevado más cercano a la ciudad y conectó los dos campamentos romanos. Por fin, César se decidió a actuar poniendo en práctica una estratagema.

Lo hizo bien, pues consiguió engañar a los galos. Por la noche su caballería marchó en todas direcciones con el objetivo de hacer todo el ruido que fuera posible. Por la mañana, los esclavos y seguidores del campamento romano montaron en animales de carga y rodearon las alturas en las que estaban los galos para hacerles creer que se trataba de la caballería de César. Además, una legión marchó en esa misma dirección y se escondió en el bosque. Cayendo en la trampa, los galos cambiaron su posición y dejaron su campamento casi vacío.

El sitio de Gergovia (Mariusz Kozik).

Los romanos aprovecharon la circunstancia y atacaron con éxito. Pero su error fue dejarse llevar por la euforia. César, previendo lo que podía suceder, había ordenado el toque de reunión, pero sus soldados se alejaron demasiado. Así que los galos se recuperaron y atacaron a sus enemigos por detrás de las murallas. Derrotados, los romanos perdieron unos setecientos hombres aquel día y se alejaron de Gergovia.


El sitio de Alesia


La victoria permitió a Vercingetórix aumentar sus fuerzas, pues se le unieron nuevas tribus. Pero los romanos también incrementaron sus efectivos. César y Labieno -que estaba en el norte- unieron sus fuerzas, y además los romanos consiguieron el apoyo de la caballería germana. La caballería gala era el arma más poderosa de Vercingetórix, pero cuando ambas caballerías se enfrentaron, los aliados germanos pusieron en fuga a sus enemigos galos. De modo que Vercingetórix y los suyos se retiraron a la ciudad de Alesia.

Allí tuvo lugar la batalla decisiva de la guerra de las Galias. Vercingetórix y los suyos acamparon en un terreno elevado a las afueras de la ciudad de Alesia. Los galos contaban con una fuerza de unos 80.000 hombres, mientras que César disponía de unos 50.000 legionarios, 15.000 soldados de tropas auxiliares y 8.000 jinetes germanos.

Obras de fortificación para el asedio de Alesia (Peter Dennis).

Viendo que era imposible atacar Alesia, César optó por un bloqueo de la ciudad y del campamento de Vercingetórix. A lo largo de quince kilómetros, los legionarios construyeron veintitrés fuertes y un foso. Pero antes de terminar el cerco, la caballería gala escapó para pedir ayuda a otras tribus aliadas galas.

Los romanos siguieron a lo suyo. Excavaron un foso de paredes verticales de unos seis metros de anchura para evitar un ataque contra los soldados que estaban trabajando. Cuatrocientos metros tras esta trinchera, a lo largo de dieciséis kilómetros los legionarios excavaron otros dos fosos de cinco metros de anchura y los inundaron donde fue posible. Con la tierra que sacaron de estos fosos, los romanos formaron un terraplén con empalizada y con torres cada 25 metros. Para evitar que los enemigos escalasen el muro pusieron en las torres estacas puntiagudas colocadas en posición horizontal.

Para liberar a sus hombres de la tarea de vigilar las fortificaciones, César construyó una serie de trampas. Los romanos excavaron trincheras de 1,5 metros de anchura y en ellas dispusieron ramas afiladas. Además cavaron ocho filas de agujeros circulares con estacas puntiagudas clavadas en su interior, a las que llamaron 'lirios'. Para que no se vieran, los legionarios cubrieron los lirios con maleza. También clavaron pequeños leños afilados de unos 30 centímetros de longitud de manera que solo sobresaliesen las puntas por encima del suelo.

Una muralla exterior


Pero las tareas de construcción no terminaron ahí. Como decíamos, la caballería gala había escapado para pedir ayuda y socorrer a Vercingetórix. Así que César actuó en consecuencia y ordenó que también se levantara otra muralla similar encarada al exterior. Aunque se trataba de un trabajo enorme, estaba justificado, pues los romanos evitarían así ser atacados mientras mantenían el sitio de Alesia.

Y es que cuando los romanos comenzaban un sitio, no cejaban en su empeño hasta obtener la rendición del enemigo. En este caso no iba a ser menos, sobre todo cuando César se enteró de que Vercingetórix y los suyos tenían suministros para treinta días. Para tener menos bocas que alimentar, el líder galo expulsó de la ciudad a toda la población que no podía luchar. Pero la jugada no le salió bien a Vercingetórix. Porque César, en lugar de dejar pasar a los refugiados, los dejó encerrados en tierra de nadie, por lo que terminaron muriendo de inanición. Fue un golpe moral para los galos.

Mapa del sitio de Alesia.

Y por fin llegó la fuerza de socorro. Tras acampar a dos kilómetros de los romanos, decidieron atacar. Pero la caballería germana de César volvió a ser decisiva. Aunque en un principio los jinetes galos, mezclados con arqueros y lanzadores de jabalinas, causaron bajas entre los romanos, al final la caballería germana de César puso en fuga al enemigo.

Los galos volvieron a la carga la medianoche del día siguiente. El ataque lo volvió a iniciar la fuerza de socorro y Vercingetórix también aprovechó para atacar por dentro al mismo tiempo. Pero los romanos movieron tropas de una zona que no estaba siendo atacada para reforzar las defensas en peligro. Una vez más, los hombres de César lograron rechazar al enemigo.

La victoria de César en Alesia


El sitio de Alesia se decidió al día siguiente. Por la mañana las fuerzas de socorro galas atacaron un fuerte que, aunque contaba con dos legiones, estaba en una zona con poca pendiente. Por tanto, la ventaja de los defensores era escasa. Vercingetórix aprovechó una vez más para atacar desde dentro al mismo tiempo que sus aliados lo hacían por fuera, lo que obligó a César a dividir sus fuerzas. Nuestro protagonista se situó entonces en una buena posición y comenzó a dirigir la batalla. Distribuía las tropas cuando era necesario y recorría la línea animando a la tropa. Los romanos consiguieron repeler los ataques galos, pero la situación era crítica.

César envió a Labieno con cinco cohortes para reforzar las dos legiones del fuerte, e incluso él mismo acudió a luchar. Pero sabía que su ejército se debilitaba ante el ataque del enemigo en aquella zona, así que tomó una decisión: sacó trece cohortes de caballería para atacar al ejército enemigo por la retaguardia. Él mismo participó junto a sus jinetes en este ataque que resultó ser decisivo. Al verse atacados por detrás, los galos huyeron en desbandada.

La rendición de Vercingetórix (Lionel Noel Royer).

Viendo que el ejército de socorro había sido derrotado y que la situación de hambre era extrema, Vercingetórix se rindió. La victoria permitió a los romanos hacer numerosos cautivos que pudieron vender como esclavos. Decíamos antes que César había iniciado las guerras gálicas en busca de gloria y botín. Pues bien, su objetivo se cumplió de sobra. No solo pudo hacer frente a sus deudas, sino que se convirtió en uno de los hombres más ricos de la República. Alesia pasó a la historia como uno de los grandes éxitos militares de Julio César.

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