Aquae Sextiae, la emboscada de Mario a los teutones



Roma temía a los bárbaros del norte. Es lógico. Por allí había llegado Breno, el galo que había saqueado la Ciudad Eterna a finales del siglo IV a. C. Desde allí, también, había emergido el cartaginés Aníbal. El púnico había atravesado los Alpes y había sembrado el terror en la península itálica durante más de una década. Ahora, a finales del siglo II a. C., los bárbaros del norte volvían ser una amenaza para Roma. Pero en Aquae Sextiae -y después en Vercellae- Mario se iba a erigir en salvador de la República.

Hasta el día de aquella batalla Roma vivió una situación de auténtico temor. Cimbrios, teutones, ambrones y tigurinos eran tribus en busca de nuevas tierras en las que asentarse. A partir del año 113 a. C. las fuerzas romanas cayeron ante estas tribus una y otra vez. Y en el 105 a. C. se produjo el desastre de Arausio, una de las mayores derrotas militares de la historia de Roma. La Ciudad Eterna estaba contra las cuerdas y parecía que nada podía frenar el avance de estos pueblos bárbaros hacia la península itálica. Pero Cayo Mario, la gran esperanza, salvó a Roma. ¿Cómo lo consiguió? Lo explicamos.



Los cimbrios buscan nuevas tierras


Todo empezó con los cimbrios. Roma tenía un pacto de alianza con los tauriscos, un pueblo de origen céltico que habitaba al nordeste de Italia. Esta tribu era la dominante del reino Nórico. Las cosas no iban mal hasta que en el año 113 a. C. los tauriscos avisaron a Roma: miles de guerreros de tribus del norte en busca de nuevas tierras habían aparecido en sus fronteras.

Ante esto Roma estaba obligada a actuar por varios motivos:

  • Los cimbrios habían aparecido en las tierras de Nórico. Y éstas limitaban con el nordeste de Italia y con Aquilea, donde vivían colonos romanos.
  • Roma tenía una alianza con los tauriscos y debía mantener su prestigio.
  • En Nórico había yacimientos de oro que interesaban a la Ciudad Eterna.

Así que el cónsul Cneo Papirio Carbón se dirigió al norte con un ejército. Allí los cimbrios le pidieron disculpas por entrar en territorio de los tauriscos, dijeron que no lo volverían a hacer y se marcharon acompañados por guías locales para salir de aquellos territorios. Parece, pues, que los cimbrios no buscaban pelea con los romanos.

La traición de Papirio Carbón


Pero Papirio Carbón sí quería acabar con ellos, y lo intentó recurriendo a la traición. Dijo a los guías locales que llevaran a los cimbrios por los caminos más largos, mientras que él llevó a sus hombres por una ruta más corta. Los romanos se instalaron en un punto por el que los cimbrios debían pasar. Cuando lo hicieran, les atacarían por sorpresa. Pero la jugada les salió mal a los romanos, pues no solo no vencieron a los cimbrios, sino que además sufrieron una derrota vergonzosa. Los cimbrios, además de ser numerosos, demostraron ser buenos guerreros.

Después los cimbrios marcharon al noroeste de la Galia, hasta que en el 109 a. C. bajaron por el curso del río Ródano. Se toparon entonces con el cónsul Junio Silano e intentaron negociar, pero al final no hubo acuerdo y se produjo una nueva batalla. Y otra vez, los cimbrios volvieron a derrotar a los romanos.

Teutones avanzando por la Galia.

Se habían producido dos derrotas consecutivas que mermaban el prestigio de Roma en la Galia. Pero la situación todavía podía empeorar, y lo hizo cuando la Ciudad Eterna cayó por tercera vez. En esta ocasión los encargados de derrotar a las legiones fueron los tigurinos, una tribu del grupo de los helvecios. Los tigurinos tendieron una emboscada al cónsul Casio Longino y los romanos volvieron a sufrir otra vergonzosa derrota. La situación era cada vez más delicada.

Para colmo, la tribu de los volcas tectósages rompió su acuerdo con Roma y tomó la ciudad de Tolosa. Es cierto que el cónsul Quinto Servilio Cepión consiguió reconquistarla, pero la actitud de esta tribu era un claro síntoma de que el prestigio de Roma había caído.


El desastre de Arausio


A pesar de todas estas derrotas, el verdadero desastre militar de Roma no se había producido aún. Lo hizo en el año 105 a. C. Y es que en el 106 a. C. los cimbrios volvieron a invadir terreno romano. Aquello era un problema y Roma no podía quedarse de brazos cruzados, así que prorrogó el mandato de Servilio Cepión como procónsul y envió al norte al cónsul Cneo Malio Máximo. Pero como ya había sucedido otras veces en la historia de Roma -por ejemplo en la batalla de Cannas-, la competitividad entre los mandos provocó que la batalla terminara en desastre.

Servilio Cepión se encargaría de la parte oeste del Ródano, mientras que Cneo Malio se ocuparía de la parte este del río. El problema llegó cuando el cónsul envió un legado al norte para vigilar a los cimbrios. La operación fue un fracaso: el legado fue capturado y ejecutado. Derrotada la avanzadilla romana, los cimbrios bajaron por el Ródano y se dirigieron hacia las fuerzas del cónsul. De modo que éste, alarmado, pidió ayuda a Cepión. Pero, como decíamos, la competitividad romana supuso un serio problema en este episodio.

Batalla de Arausio.

¿Qué impedía a Servilio Cepión acudir en ayuda del cónsul? Su orgullo. Y es que mientras Cepión era un patricio de antigua estirpe, Cneo Malio era un homo novus -o sea, ninguno de sus antepasados había sido cónsul-. Pero en aquel momento Cneo Malio era cónsul y Cepión procónsul, por lo que el rango del primero estaba por encima del de Cepión.

El fracaso de Cneo Malio y Servilio Cepión


Con todo, Cepión se negó a subordinarse a Cneo Malio. En lugar de unirse a las fuerzas del cónsul, el procónsul cruzó el Ródano para acampar con sus tropas más al norte que Cneo Malio. Servilio Cepión se situó así más cerca de los cimbrios para enfrentarse a ellos en solitario y llevarse toda la gloria. Fue un error.

Las negociaciones entre cimbrios y romanos para evitar el enfrentamiento fracasaron, y la batalla se produjo el 6 de octubre del año 105 a. C. Según Plutarco, los germanos eran unos 300.000. Por supuesto, en la cifra hay que incluir a mujeres, niños, ancianos, etcétera. El caso es que los guerreros cimbrios superaban en número a los romanos. ¿Qué habría pasado si Cepión y Cneo Malio hubiesen unido sus fuerzas? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es lo que sucedió.


"En Arausio murieron 80.000 soldados y otras 40.000 personas como tropas auxiliares, mercaderes, sirvientes".


Y lo que pasó fue un desastre para Roma. Arausio fue una derrota equiparable a la de Cannas frente a Aníbal. De hecho, en número de víctimas esta batalla superó a la famosa derrota romana de la Segunda Guerra Púnica. En Arausio murieron 80.000 soldados y otras 40.000 personas como tropas auxiliares, mercaderes, sirvientes, etc. En un solo día, los cimbrios arrasaron primero al ejército del procónsul Servilio Cepión y después acabaron con el de Cneo Malio. Roma acababa de perder dos ejércitos consulares y se había quedado casi sin fuerzas para enfrentarse a los cimbrios. La Ciudad Eterna estaba contra las cuerdas.

La oportunidad de Cayo Mario


Era el momento de Cayo Mario. El tío de Julio César había acabado con la crisis de Yugurta, así que fue elegido cónsul para enfrentarse a la amenaza del norte. Roma confiaba en él. Pero Mario era consciente de que si la Ciudad Eterna había caído en tres ocasiones contra los cimbrios no se debía solo a la superioridad numérica de los bárbaros. El nuevo cónsul sabía que tenía que mejorar las capacidades militares de sus soldados. Por eso adiestró a sus hombres en el combate individual y los sometió también a una dura disciplina. Con Mario las legiones hicieron marchas, levantaron campamentos y montaron guardias.

Entrenado su ejército, el cónsul marchó al Ródano con un ejército de unos 35.000 hombres y se instaló a orillas de este río en el año 104 a. C. Pero los cimbrios no terminaban de aparecer. Como se sabe, el cargo de cónsul duraba un año, lo que suponía un problema para Cayo Mario. Aun así nuestro protagonista se las arregló para ser reelegido, y en el año 102 a. C. ocupó el cargo de cónsul por cuarta vez. Y por fin, aquel año aparecieron los cimbrios.

Busto de Cayo Mario.

Por suerte para Roma, estos bárbaros no habían marchado hacia la península itálica tras la batalla de Arausio. El líder cimbrio Boyórix se había dedicado a vagar por Hispania y por la Galia. Pero aunque la Ciudad del Tíber había tenido tiempo para recuperarse de aquel golpe, en el 102 a. C. las tribus bárbaras sí parecían dispuestas a invadir Italia. Para acometer tal empresa, los cimbrios se aliaron con teutones, ambrones y tigurinos. Pero como eran demasiados, y quizá también para distraer a los romanos, las tribus dividieron sus fuerzas. Decidieron que los teutones y los ambrones bajarían por el curso del Ródano dirigidos por el líder teutón Teutobudo, mientras que los cimbrios y los tigurinos marcharían a la península itálica por el nordeste bajo el mando de Boyórix.

Pero Roma también dividió sus fuerzas para frenar a sus enemigos. Los cónsules aquel año eran Mario y Catulo, y como era habitual cada uno contaba con su ejército. Catulo marchó con unos 20.000 hombres al río Po, mientras que Mario volvió con el ejército que tenía a orillas del Ródano. Por allí aparecieron los teutones y los ambrones.


Cayo Mario elige el campo de batalla


Al principio, la visión de los ambrones y los teutones asustó a los romanos. Éstos los contemplaron desde su campamento, y constataron que se trataba de guerreros grandes y musculosos. Las tribus acamparon cerca del campamento romano y presentaron batalla en la llanura. Pero Mario no aceptó. Durante la Guerra de Yugurta ya había aprendido que le convenía elegir el terreno en el que combatir. Y además necesitaba que sus hombres se familiarizaran con el aspecto del enemigo. Hay que recordar que las tribus del norte venían de derrotar a los romanos en sucesivas ocasiones durante los últimos años, por lo que el aspecto psicológico jugaba un papel importante en la batalla que estaba a punto de producirse. Así que, consciente de esto, Mario quiso que durante estas jornadas los romanos comprobaran que los ambrones y los teutones, aunque eran altos y fuertes, no eran gigantes inmortales. Los legionarios, pues, se acostumbraron a sus enemigos.

Mapa de las Guerras Cimbrias.

Viendo que los romanos no presentaban batalla, las tribus decidieron marchar hacia los pasos alpinos en los que se encontraban los cimbrios. Según Plutarco, teutones y ambrones tardaron seis días en pasar junto al campamento romano. En cuanto pasaron todos, Mario ordenó levantar el campamento y seguir a sus enemigos. Así transcurrieron los días siguientes hasta que los teutones llegaron a Aquae Sextiae.

Éste era el terreno en el que Mario decidió combatir contra teutones y ambrones. Como siempre, los romanos comenzaron a construir su campamento, pero antes de que Mario quisiera enfrentarse a sus enemigos se produjo una refriega. Fue un enfrentamiento accidental que terminó con una victoria romana que inyectó moral a los hombres de Mario. Los romanos acababan de comprobar que podían derrotar a aquel enemigo.

La batalla de Aquae Sextiae


De modo que Mario decidió no esperar más. La noche siguiente ordenó a Marco Claudio Marcelo ocultarse en unos bosques detrás de las posiciones del enemigo con unos tres mil jinetes. Se trataba de una elevación que ofrecía ventaja a las tropas romanas. Con aquellas fuerzas emboscadas, Mario presentó batalla al día siguiente.

Tal y como había buscado el cónsul, el ejército romano contaba con la ventaja del terreno. Los hombres de Mario se hallaban en una colina que las tribus debían subir si querían atacar. Fue lo que pasó. Para provocar a sus enemigos, Mario primero envió a su caballería. Entonces los bárbaros cargaron colina arriba, y cuando se encontraban a unos quince metros, como solía ser habitual, los legionarios arrojaron sus pila. Las jabalinas romanas hicieron su trabajo desarmando a sus enemigos y causando heridos. El ímpetu germano se suavizó. Entonces los legionarios desenfundaron sus gladii y avanzaron scutum en mano. Aprovechando la ventaja del terreno y demostrando su disciplina, los romanos fueron ganando terreno.

Batalla de Vercelae (Igor Dzis).

Pero entonces los germanos llegaron a la llanura y la batalla comenzó a desarrollarse allí. Los romanos ya no contaban con la ventaja del terreno, lo que ofreció a los teutones la oportunidad de reorganizarse. Parecía que la situación podía igualarse. Con todo, si los germanos en ese momento albergaron alguna esperanza, ésta debió de durar poco. Porque justo entonces atacaron los hombres de Marcelo que se habían emboscado detrás del ejército enemigo. Y aquello terminó de decidir la contienda.

La batalla de Aquae Sextiae terminó en masacre. El número de bajas germanas fue enorme. Gracias a aquella emboscada decisiva, Mario había terminado por fin con la amenaza de los teutones y los ambrones. Pero los cimbrios, el enemigo que más problemas había causado a Roma, continuaba intacto. Boyórix y los suyos avanzaban por el nordeste hacia Italia. Tras ser elegido cónsul por quinta vez, Cayo Mario acudió a enfrentarse a los cimbrios. La batalla de Vercelae en el 101 a. C. puso fin a las guerras cimbrias.


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