A mediados del siglo I a. C.
la República agonizaba. Tras la primera guerra civil que desembocó en la dictadura de Sila, los optimates -conservadores- controlaban el Senado de Roma. Pero durante las décadas posteriores a esta guerra no habían sido capaces de resolver los problemas económicos y sociales de la República.
Las desigualdades crecían. La aristocracia optimate había llevado a cabo una política latifundista que había provocado que muchos campesinos se arruinaran. Y tras
las reformas de Cayo Mario cualquier ciudadano romano de clase baja podía ser reclutado. Las tropas, pues, ya no serían fieles a la República sino a su general, que era quien les pagaba. Sila ya lo había demostrado cruzando el Rubicón y marchando contra Roma.
Cuando murió el dictador, tres hombres consiguieron destacar en la política romana: Cneo Pompeyo, Marco Licinio Craso y Julio César.
Los tres formaron el primer triunvirato de la historia de la Ciudad Eterna. Pero esta forma de gobierno era en realidad una lucha descarnada por alcanzar el poder absoluto. Solo podía quedar uno. Y los tres lo sabían.